Con los ojos semi cerrados, aquietamos la respiración, nos hacemos conscientes de nuestro cuerpo, nuestras emociones y pensamientos…
Estoy dentro de mi… visualizo un sol blanco y resplandeciente detrás de mí… expando la luz blanca hacia todas las personas de mi cercanía… con ellos formo una campana de luz que se extiende hacia arriba… imagino que la campana se abre lentamente… en su centro superior… mientras que en su interior suena un tono delicado… y una luz dorada brota y penetra en mi personalidad tripartita… y en todos los que meditamos en este instante… y entonces meditamso sobre el pensamiento semilla:

“Agua de la vida soy, derramada para los sedientos”

Siento que esta agua me llena de impulso, entusiasmo y fuerza… y me siento en unión con todo lo que está vivo… nazco a una nueva dimensión de mi… en la que soy UNO con todo lo que existe… y esto me hace profundamente feliz…  Siento una completa seguridad y sostén… La vida penetra en todas las cosas y las une, pero aún así yo permanezco… puedo percibir claramente esa unidad… el origen de toda la existencia… mi consciencia se abre y se expande más y más… y recito el mantra de unificación:

Los hijos de los hombres son uno
y yo soy uno con ello.
Trato de amar y no odiar,
trato de servir y no exigir servicio,
trato de curar y no herir.

Ahora dejamos que las cargas de la humanidad descansen en nosotros… las recibimos y elevamos sobre nuestras cabezas y pedimos ayuda… imaginamos, sentimos o visualizamos que esas cargas son absorbidas por la Madre Tierra para ser recicladas… Finalizamos recitando La Gran Invocación