Con los ojos semi cerrados, aquietamos la respiración, nos hacemos conscientes de nuestro cuerpo, nuestras emociones y pensamientos… hacemos contacto con una luz blanca, brillante, radiante y pura, nos fundimos en esa luz…
Todo es belleza a mi alrededor y en soledad me concentro en el centro de mi cabeza… no hay nadie más… solo yo, en el centro de mi cabeza… tengo tiempo… el tiempo es mi aliado. Lentamente, desde el centro de mi cabeza hago bajar el foco de mi conciencia… hasta mi corazón, hasta ese lugar central donde pongo mi mano y digo “yo”… me abandono a latido de mi corazón… me escucho… respiro en tranquilidad… y hago descender un poco más el foco de mi conciencia, hasta llegar al abdomen, al centro de gravedad del cuerpo… me siento en completa tranquilidad.
Imagino que estoy en la falda de una montaña, y veo un camino de ascenso… empiezo a subir… encuentro dificultades… rocas y abismos… sin embargo veo la cima y me impulso a avanzar… lentamente con el tiempo a mi favor… asciendo con cuidado y tenacidad… casi sin darme cuenta voy subiendo hasta llegar a la cima… entonces una luz poderosa me alcanza… mi pecho se hincha, llenándose de alegría… el sol resplandece y yo estoy en lo más alto de una montaña, a mi alrededor otras montañas se elevan… siento una paz infinita, respiro profundamente ese aire puro y limpio, llenándome de vida nueva. Reflexiono sobre la vida… y entonces me fijo en el valle con su gente y siento un enorme impulso de reunirme con ellos, contarles de mi jornada. Reflexiono sobre el pensamiento semilla esotérico de Capricornio:

Perdido estoy en la luz suprema, más a esa luz le doy la espalda.

Ahora dejamos que las cargas de la humanidad descansen en nosotros… las recibimos y elevamos sobre nuestras cabezas y pedimos ayuda… imaginamos, sentimos o visualizamos que esas cargas son absorbidas por la Madre Tierra para ser recicladas… Finalizamos recitando La Gran Invocación